TLACOTALPAN, DIA DE LA CANDELARIA
El autobús salía a las 06:45 de la mañana y en verdad que da coraje cuando anuncian la salida porque sólo se escucha un grotesco, grave e inentendible anuncio de éste. Así que, como todo un hombre lleno de confianza en sí mismo y decidido a todo, entré al área de andenes a buscar el autobús. Pregunté aquí, pregunté allá, corrí de un lado a otro, ¡por fin! alcancé a ver a medio patio de maniobras un letrerito que decía “TLACOTALPAN”. ¡Hey, oiga, señor!, gracias a mis gritos o a mi manoteo desesperado, paró y presto me dirigí a ocupar mi asiento. Por fin, ya estaba ahí, comenzando el viaje.
Partimos de Veracruz hacia el sur con rumbo a Los Tuxtlas, entramos a la autopista Córdoba-Veracruz desviándonos más adelante a la lateral a Paso del Toro. Pasando el puerto de Alvarado tomamos una desviación a la derecha en la carretera núm. 175 que nos llevó a la pintoresca ciudad de Tlacotalpan, ubicada en la ribera del río Papaloapan. Mejor conocida como la “Perla del Papaloapan” y la “Atenas del Papaloapan”, además que la UNESCO le otorgó la designación en 1998 de “Patrimonio Cultural de la Humanidad”.
Lo primero que sucede cuando se llega a Tlacotalpan es como un viaje a través del tiempo, pues conserva un estilo propio en su arquitectura, con portales y fachadas coloreadas en tonos pastel y techos de teja de dos aguas, resultado de una sólida conciencia de identidad. La ebanistería es un oficio que se domina con la excelencia que ha dado su práctica durante varios siglos y que comprobé en el interior de todas las casas en las que fisgoneé. En el corazón de la ciudad sobresalen dos templos principales: las iglesias de La Candelaria y de San Cristóbal, el Palacio Municipal y su quiosco central del Parque Zaragoza o Zócalo que luce de manera extraordinaria enormes palmeras y bien cuidados jardines.
Cuando caminas por las calles de Tlacotalpan, bajas la mirada y ves tu pié apoyándose en el suelo e imaginas que este mismo suelo recorrió Agustín Lara, a esta misma tierra amó y le cantó el “Flaco de Oro”, pero cuando conoces las farolas de la plazuela dedicada a él te sientes estar en sus zapatos el mismo momento en que veía la escena y pensaba una nueva canción, incluso te asomas por encima de su hombro derecho cuando él describía la escena sobre un papel “farolito que alumbras apenas mi calle desierta…”.
Tlacotalpan es en general, una ciudad en extremo tranquila. Pero no hoy 31 de enero, fecha que da comienzo a la fiesta de la Virgen de la Candelaria con una desbordante y continua pachanga popular. Las fiestas comienzan con una fastuosa cabalgata, en donde participan personalidades nativas de esta ciudad ataviadas con la tradicional vestimenta jarocha. Cuando llega la luz suave de los atardeceres que pintan de naranja las aguas del Papaloapan, da inicio el encuentro de Jaraneros con participantes de todo el estado de Veracruz. Evento que este año celebra el 25 aniversario de realizarce en esta fiesta y que reúne a turistas nacionales y extranjeros en la Plaza Doña Martha para bailar de manera sutil, fina, con gracia o de manera grotesca a ritmo del fandango, a fin de cuentas todos se divierten por igual.
El fandango jarocho lo tocan y lo bailan los grupos de soneros y bailadores que poco a poco van entrando en un éxtasis que suele durar toda la noche y madrugada, es verdaderamente increíble el aguante que tiene la gente para estar en constante moviendo y con descargas importantes de energía por tanto tiempo.
Al final son encerrados en una especie de rodeo donde los estados alterados se apoderaban de los valientes y pone en desigual contienda al hombre contra la bestia. Esta parte del maltrato a los toros no fue de mi gusto personal.
Al término de esa jornada, el son y el fandango vuelven a dar esa chispa que enciende la alegría y el buen humor en la calle, pues la fiesta se vive principalmente en ésta. Y como lo imaginarán vuelvo a llegar al día siguiente con mis cuates los soneros y bailadores, para eso ya estamos en el 2° día de febrero.
Este día es más tranquilo, se le llevan mañanitas a la Virgen de la Candelaria, se le pasea por la ciudad para que la bendiga y por el río para que calme su bravura. Es una procesión muy bonita donde participan visitantes y nativos portando estandartes y llevando a la Virgen en hombros con paso firme y grave, acompañándola siempre un renovado fervor, los rezos y el sonido de los cohetes.
Nuevamente, llegado el atardecer revive el fandango hasta la madrugada, pero una vez que callan las jaranas al día siguiente, se despiden hasta que vuelvan a compartir sus sonidos el próximo año. Sonidos que callan como los cantos a la Virgen de la Candelaria o los gritos de la gente cuando escuchan el ¡ahí viene el toro!.
Ya sin otra cosa que hacer me dispuse a tomar mi autobús de regreso, esta vez con sobrada anticipación y entre un océano de gente que busca su escaso espacio en los autobuses para poder regresar a sus lugares de origen. La travesía fue lenta en la carretera debido a que la vialidad, de sur a norte, va a paso lento y en fila india por la gran cantidad de vehículos que salen de Tlacotalpan.
En resumidas cuentas, Tlacotalpan es un lugar que amerita ser visitado tanto en su bulliciosa fiesta como en la quietud de una población tan majestuosamente identificada con su cultura.